jueves, 22 de junio de 2017

Corriendo en el aeropuerto de Casablanca.




Los viajes son siempre momentos de historietas curiosas e inolvidables. Son momentos de encuentros inesperados y de reacciones un tanto inhabituales en la vida del viajante. Es muy difícil emprender un largo viaje y llegar a destino sin tener alguna anécdota que recordar para mucho tiempo.
Este martes pasado, tenía un viaje hacia Nigeria. Era un viaje nocturno que empezaba en barajas a las 19:30 y acababa en Lagos a las 4:30 de la madrugada. Mi primer avión aterrizó a Casablanca sin problema. Allí tenía que esperar mi segundo avión durante más de tres horas. No me gustan nunca pasar las esperas largas en los aeropuertos. Así que empecé a deambular por un lado y por otro intentando no aburrirme. Por el gran pasillo, pasaba al lado de los musulmanes vestidos de sus djalabias rezando en pequeños grupos. Muy atento a los detalles, me di cuenta de un letrero que decía “lugar de culto”. Quise ir a ver si se trataba de un lugar de culto también para otras religiones. Tenía la curiosidad de encontrar una capilla cristiana en un país casi enteramente musulmán. Así que me puse a caminar siguiendo la fecha del letrero. Pero no llegué a satisfacer mi curiosidad porque entre tanto cambié de objetivo.

Una mujer, vestida de musulmana, venía en frente de mí, corriendo y casi llorando. Arrastraba dos bultos. Era demasiado para ella. Se la notaba ya cansada. Corría y gritaba en francés: “Aide-moi” (ayúdame). Me paré directamente y me acerqué a ella. Hablaba con tanta ansiedad y mesclando las ideas que era difícil saber en qué le tenía que ayudar. Entendí que buscaba a alguien que le ayudará a encontrar su vuelo. Decía varias veces: Dakar, Dakar. Buscaba la puerta de embarque para Dakar. Cogí uno de sus bultos, y empecé a caminar deprisa con ella hacía una pantalla de vuelos. Dakar se encontraba en la puerta A1, exactamente al final del largo pasillo. Nos pusimos a correr, yo por delante con un bulto y ella por detrás con otro.
Llegamos por fin a la puerta y estaba ya cerrada. Por mucho que la señora insistiera para abrirla por fuerza, el vuelo estaba perdido. En este mismo momento llegaron dos chicos y una chica con el mismo problema. Todos se dirigían a mí como si fuera yo uno de los directivos de Air Maroc. Me pedían ayuda que no podía ofrecer. A pesar de explicarles mil veces que no tenía nada que ver con los vuelos de Air Maroc, las dos mujeres del grupo seguían insistiendo que les ayudara. Estaban desesperadas y exhaustas.
Me comprometí a ayudarles a encontrar a algún funcionario del aeropuerto para aclarar el tema. Así que nos pusimos en marcha, yo caminando normalmente, siempre con el bulto de la señora y ella queriendo correr a toda prisa a pesar de su cansancio. No había manera de hacerle entender que no merecía la pena gastar más energías. En estas circunstancias, es más eficaz la tranquilidad que los nervios.
La señora se movía por todos lados pidiendo auxilio a cualquiera que encontraba y queriendo dejar su bulto en algún lugar para estar más suelta y correr más. Y yo le decía que más valía tranquilizarse y caminar con serenidad sin dejar su bulto. No alcanzaba entender que, con los tiempos que corren, nadie puede aceptar el bulto de un desconocido en medio de un aeropuerto. La otra señora estaba también alterada pero algo menos. Los dos chicos se quedaron haciendo sus llamadas y no parecían tener tanta prisa.
Intentamos pedir información de los pasos que dar pero en esas circunstancias, hay que saber acudir a la persona correcta. Algunos nos decían que a la derecha, otros que a la izquierda y nosotros, como unos locos, corriendo por todas partes sin dar ni una. El que me hubiera visto a mí, sacerdote y a ella, musulmana arrastrando bultos y de vez en cuando discutiendo, habría quedado como poco extrañado.
Al final, después de incalculables vueltas y decepciones, llegamos a la puerta de entrada de la Terminal 2, dónde supuestamente las dos señoras tenían que pasar la policía pero al revés para llegar a la oficina de Air Maroc, fuera. Allí ya no podía pasar por más insistente que se ponía la señora.
Nos despedimos. Ni llegué a conocer su nombre ni ella el mío. Tenía un vuelo que coger hacía Lagos. Me fui a mi puerta de embarque con una sensación de haber sido útil.
Gaetan

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